Resulta algunas veces extraño, por no decir difícil, pensar en el problema de la identidad y singularidad cultural desde la trinchera de una disciplina que ostenta, o que al menos parece hacerlo de ese modo, ciertas pretensiones de universalidad (me refiero, claro, a la filosofía), a partir de lo cual, ha centrado buena parte de sus esfuerzos indagadores en la solución a problemas tales como: ¿Existe algo así como la verdad?, ¿La relación del sujeto de conocimiento con la realidad es unívoca?, ¿cómo es posible conocer algo en absoluto?
Así pues y en dicho sentido, sería posible preguntar cómo, a partir de dichas pretensiones y supuestos, existirían o se derivarían soluciones plausibles a preguntas como: ¿Cómo pensar filosóficamente el fenómeno de lo latinoamericano, de lo nuestro-americano en su totalidad?, ¿Es acaso necesario? y de ser así, ¿por qué lo sería?, y esto sólo por sólo mencionar algunas.
Por su parte, el intento del profesor Cerutti Guldberg, en lo que respecta al capítulo de la vigencia y el sentido de los estudios desde y sobre nuestra América, podría bien ser dividido en tres etapas fundamentales que buscan dar luz a las generalidades de semejante problema; a saber:
a) El problema de las metodologías en la investigación latinoamericanista.
b) La pregunta sobre dónde habría de partir en el estudio de lo nuestro-americano.
c) La filosofía de y desde América.
Un elemento que de inmediato “salta” en el análisis del texto, es una especie de inversión valorativa del estudio de lo “nuestro-americano”, al menos en lo que respecta a su metodología; es decir, que el autor parece no partir del argumento que podría considerarse como “tradicionalmente filosófico” para adoptar uno más humano (si así vale decirlo). A hora lo explico.
Parece que un pensamiento filosófico usualmente asumiría sobre sí mismo universalidad, tanto en juicios como en principios o puntos de partida [llámense conclusiones, axiomas o creencias sobre la infalibilidad de las evidencias empíricas]; de ahí que se considere trivial el lugar desde donde se hace o ejerce la filosofía, ya que, en últimos términos ésta debería ser entendida como una y no como múltiple. Así pues, el considerar filosofías regionales, tanto en fundamentos como en conclusiones asomaría, como es evidente, la evidencia de un grave error metodológico.
La inversión que implícitamente propone Cerutti Guldberg en su texto consiste precisamente en la negación de un sujeto como un principio epistemológico universal; es decir, ataca en su sentido formal el axioma filosófico de un sujeto de conocimiento “universal” o “acabado”.
Y es que no hay un sujeto de conocimiento masculino, blanco, occidental, cristiano, homogéneo y uniforme o wasp [...] Esos sujetos están situados en diversos contextos: geográficos, culturales, lingüísticos, ideológicos, etc. Eso nos lleva a la necesidad de delimitar los alcances del ‘nosotros’ que reclama una América propia[1]
Así, lo que parece sugerirse es que, justamente por ser el sujeto de conocimiento un constructo que encuentra su fundamento en función de o en relación con, éste no logra fijar totalmente su posición en un sistema “acabado” o cerrado. De tal manera que, al igual que la historia, la política y la base epistémica de la que se parte, el sujeto no sería la parte trascendental y acabada sobre la cual giraría el acontecer histórico, sino algo más participativo y coherente; a saber, un concepto inacabado, un concepto que se genera con el mismo acontecer mundano (con la realidad nuestra-americana en este caso) y que, por lo tanto, está siempre en construcción.
Esto nos dice, en últimos términos, que el sujeto histórico, es decir, el hombre latinoamericano (en lo que a nosotros atañe), lejos de poseer una esencia determinada y posiblemente dada como un “don del cielo”, es el portador mismo y constructor histórico de su propia identidad; capacidad que le permite que, al hablar de sí mismo en tanto sujeto de estudio y conocimiento a la vez, aquella dualidad (la dualidad del conocimiento que se acaba de mencionar) sea y no sea a la vez; pues la representación de sí se constituirá, no como una relación definida, sino como una relación cuyos puntos de figura estarían dados por el enfoque del propio discurso histórico o circunstancial (llámese creencias religiosas, costumbres, situación económica, localización geográfica, etc).
Y es justo así que parece adquirir pleno sentido y coherencia la propuesta de Cerutti al respecto; a saber, la de una investigación multidisciplinaria (la epistemología de la trans o multidisciplinariedad) como complementaria a una investigación de corte ontológico, es decir, de una investigación que aspire al ser de la cultura (la latinoamericana en nuestro caso), a nuestro ser en tanto moradores y copartícipes de una determinada realidad histórica; una investigación que claramente vaya más allá de una simple teoría de la identidad. “No cabe la menor duda de que las complejas cuestiones encaradas, exigen un abordaje donde varias disciplinas convergen[2]”.
De éste modo, aquello que pudiera considerarse como una “filosofía latinoamericana” estaría planteada, no a partir de premisas, axiomas y sujetos cognoscentes dados, sino a partir de una realidad socio-histórica compartida y padecida (esto nuevamente en palabras del autor); es decir, una filosofía con una base epistémica a posteriori bien delimitada. De modo que, al ejercerse con la excelencia y el rigor necesario (que bien suele ser el suficiente para estos casos), se daría pié a un pensamiento verdaderamente propio que no sólo aspire a la re-flexión que pregunta por identidad, sino también a la universalidad, al auténtico cuestionamiento por el ser latinoamericano y, finalmente, a la solución de problemas vitales en tanto su practicidad; ya sean políticos, económicos, culturales, éticos o pedagógicos.
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